jueves, 28 de abril de 2011

Ya están aquí (7)

Aquella noche, a eso de las once, una hora antes de las campanadas de fin de año, Lidia y yo nos encontrábamos tumbados en la cama, sin lugar a dudas nuestro lugar preferido ya que en ella tenía lugar la mayor parte de nuestros juegos, caricias y perlas de sabiduría romántica que brotaban de nuestros labios, lejos de las celebraciones habituales, las cenas en familia y las fiestas hasta altas horas de la madrugada porque desgraciadamente al día siguiente teníamos que madrugar para asistir a nuestros respectivos trabajos. El día, por lo general, había transcurrido bastante ameno y distendido como acontecía siempre que tenía el placer de permanecer a su lado, pero ellas, evidentemente ya se encargarían de romper la gran complicidad que aún conservábamos en mil pedazos. Las cinco voces surgían de debajo de la cama pero no nos hablaban a nosotros sino que estaban cuchicheando entre ellas ni más ni menos que la forma con la que perpetrarían su más que diabólico plan de ataque. Pretendían ejecutarnos y esconder nuestros cuerpos en mi propio armario para con el tiempo poder descuartizarlos e ir devorándolos despacio, sin ninguna prisa. Yo lo oí todo como también sentí los temblores que me transmitía Lidia con su mano derecha. En ese frenético instante cogí fuerzas de donde no había y entorné mi cuerpo hasta conseguir llegar a mi mesilla de noche y rescatar una vieja linterna que solo usaba cuando saltaba el automático o se iba la luz a causa de las tormentas. Aún funcionaba. Acto seguido la di un beso a mi novia y la juré que todo iba a salir bien y que no se preocupase por nada. Ella, ante el resplandor de la linterna me contestó, con una mirada que lo resumía todo, que por favor ni se me ocurriese mirar por debajo de la cama porque eso era lo que de alguna forma ellas estaban esperando. Fue entonces cuando la espeté la famosa expresión “ahora o nunca”. Era la oportunidad perfecta para revelar la verdadera identidad de las causantes de todas y cada una de sus pesadillas y no era preciso desaprovecharla bajo ninguna razón. Poco a poco, como a cámara lenta, comencé a inclinarme hasta conseguir una postura tan incómoda como necesaria en aquellos momentos. La luz que emitía la linterna acompañó mi movimiento fielmente hasta que bañé de claridad sus diminutas y terroríficas siluetas. Estaban sentadas en círculo y en ningún momento se percataron de que una resplandeciente y molesta luz les alumbraba. Yacían completamente inmóviles, planeando lo que con total seguridad se iba a convertir en un despiadado y sangriento doble asesinato pero pese a eso y pese a los nervios que ya corrían por mis venas a una velocidad de vértigo, no me dejé amedrentar. Los cinco confusos perfiles seguían cuchicheando al mismo volumen mientras que por mi mente empezaba a desfilar una caravana de ideas que, aunque podían ser veraces no me hacía ninguna gracia tenerlas en cuenta. Ideas como que mi presencia en aquel instante las había descubierto, o peor aún, las había molestado, pero fuese cual fuese la dichosa verdad tengo que decir que ese escenario en tales circunstancias me daba mucho miedo, más del que os podéis imaginar. Lidia, desde su posición me insistía una y otra vez que no me acercase más porque las consecuencias podían llegar a ser fatales pero la decisión ya estaba tomada. Ya no había vuelta atrás.

Nunca imaginé que la sensación de miedo pudiese acorralar e intimidar tanto a una persona en cualquiera de las etapas de su vida. Pensaba que el hecho de pasar miedo, de que el terror en estado puro consiga atraparte, contaba con menos importancia de la que en realidad tiene pero estaba equivocado. Sentir miedo puede transformar a alguien por completo. Logra incrementar los latidos del corazón y que los pelos se te pongan como escarpias, ridiculiza tus habilidades, reúnes fuerzas de donde ni siquiera sabías que había y, por lo general, te convierte en un hombre mucho más violento y agresivo. Dicho de otra forma, consigue mutar el comportamiento de las personas, como lo haría la más terrible y dolorosa de las enfermedades. Yo, tuve la ocasión de comprobarlo con mis propios ojos aquella nochevieja ya que dentro de mi propio cuarto y a escasos centímetros de mi piel descansaba el foco de todos y cada uno de mis temores.

Aún con la linterna en la mano y esforzando la vista al máximo logré divisar lo que yacía en el centro de ese círculo y que ellas mismas rodeaban como si ese objeto constituyese el verdadero motor de sus extrañas existencias. Era negro y rectangular y con mucha probabilidad no hubiese generado ningún tipo de sobresalto o estremecimiento si estuviese colocado en cualquier otro lugar de la casa a cualquier otra hora, no obstante allí, tal y como aparecía ante mis ojos, presumía con ser aterrador. En ese instante tomé la decisión de reincorporarme, apartar a un lado la sábana y la manta que me cubría y levantarme de la cama posando mis pies descalzos en una de las alfombras que me había regalado mi madre años atrás, y desviando la vista hacia mi novia que continuaba devolviéndome la mirada con unos ojos tan llorosos y asustados que a primera vista me parecía imposible reconocerlos como suyos. Pero sí lo eran y ellos lo sabían todo mejor que nadie. Sabían que las cinco siluetas eran ni más ni menos que cinco muñecas de la extensa colección que aún conservaba y de la que no pretendía deshacerse nunca. Sabían que el misterioso objeto que descansaba en el centro del corro era una simple grabadora de voz negra que había usado para engañarme en todo momento y en la cual nacían esas presuntas sicofonías del más allá a las que tanto respeto tenía. Y sabían que tanto el refugio, como sus cinco amigas era obra de su más que sorprendente y admirable imaginación que no paraba de asombrarme día a día, así como de sus evidentes cualidades para la interpretación.

Me disgusté mucho con su actitud, incluso me prometí a mi mismo en ignorarla durante un par de días o tres pero a pesar de todo Lidia seguía siendo el sueño que siempre quise soñar. No tardamos mucho tiempo en volver a retomar las caricias y los arrumacos, las palabras enternecedoras, las sonrisas confirmando nuestra envidiable complicidad y los famosos revoltijos de brazos y piernas que conformábamos sobre mi cama. Con el paso del tiempo las aguas del río volvieron a su cauce pero nunca en la vida podré olvidar ese refugio tan macabro que se alzaba al final de un largo y polvoriento camino de tierra, al lado de un arroyo que por allí también se dejaba ver, a las afueras del clásico pueblecito rural en donde los mitos y las leyendas saltaban de boca en boca a lo largo de generaciones y generaciones. Y lo peor de todo es que a partir de entonces una pregunta será la encargada de asomar con inesperada frecuencia en mi mente y que me perseguirá toda la vida.     

- ¿Existirán de verdad los lugares prohibidos o simplemente forman parte de las más que indudables fantasías de mi novia?...

Ya están aquí (6)

Lo cierto es que lo había vuelto a conseguir, había logrado captar toda mi atención aquella mañana del día de nochebuena. Los días anteriores a aquella fecha tan señalada me había parado a pensar que esas navidades iban a resultar iguales que siempre pero no por ello más aburridas o monótonas, para nada. Nos abrazaríamos, nos besaríamos, crearíamos originales revoltijos de brazos y piernas sobre mi cama y compartiríamos las cosas típicas de los enamorados pero después de escuchar el testimonio que me tenía reservado en los rincones más lúgubres y sombríos de su mente ya nada volvería a ser como antes. Mi cabeza junto con la suya, se mantendría ocupada pensando en todo eso que años atrás giró en torno a un condenado refugio abandonado a las afueras de su pueblo natal y, lo peor de todo es que, por todos los medios intentaría buscar las explicaciones que nunca ha sido capaz de encontrar Lidia en todos estos últimos años.

¿Quién podría jugar de esa forma tan macabra con la vida de las personas a su antojo?- era quizá la pregunta que más inmediatamente buscaba ser respondida.- ¿Y por qué razón se animó o se animaron a hacerlo?...

- ¿Comprendes un poco mejor por lo que estoy pasando?
- …
- Bueno Fran, ya queda menos.
- ¿Todavía hay más?- le pregunté sorprendido con mi espalda apoyada sobre la cabecera de la cama en un gesto que denotaba ciertos aires de nerviosismo e inquietud.
- Sí, aún hay más. Ojala todo hubiese acabado aquel veintidós de diciembre entre aquellas cuatro paredes pero no fue así. Todos los años por Navidad continúan visitándome y recordándome que la única culpable de todo lo sucedido he sido yo misma por enseñarles a mis, por aquel entonces compañeras de fatigas, la ubicación de un lugar prohibido, cuya existencia no debieron haber conocido jamás como hasta la fecha así llevaba sucediendo.
- ¿A quién te refieres cuando dices que continúan visitándote?
- No lo sé. No sé que forma adquieren porque nunca tuve el valor necesario para verlas. Lo único que te puedo decir es que tienen voz de mujer y en ocasiones, en la oscuridad y el silencio más riguroso, llegan hasta mis oídos débiles susurros con las intenciones más macabras del mundo. Hablan de muchos temas pero todos ellos relacionados con la famosa escapada nocturna a ese refugio. Al principio, las primeras navidades, solo contaba dos voces, pero últimamente ya son más, no sé, puede que cuatro o cinco y mediante frases sueltas y sin aparente relación entre ellas, pretenden lograr que enloquezca. O eso es lo que por lo menos pienso yo.
- ¿Qué te susurran?
- Son como sicofonías del más allá. Murmullan oraciones del estilo de “si al refugio irás, en la vida real morirás”, “cada vez tienes los cuchillos más cerca, pronto notarás como te acarician suavemente tu suave y fina piel”, “mucho tienen que cambiar las cosas para que no yazcas pronto bajo tierra”, “yo me encargaré personalmente que tus heridas no cicatricen nunca” y muchísimas más que ya no recuerdo. Como ves, todas ellas tienen algo que las caracteriza y las distingue del resto, sus macabras intenciones por acabar conmigo de alguna forma pero no estoy dispuesta a permitírselo bajo ningún concepto. Quienquiera que se esconda en los armarios, debajo de la cama o dentro de un baúl y me susurre sus condenados propósitos no podrá conmigo. Ayer de noche volvieron a hacer acto de presencia y me confesaron que tenía los días contados y que fuera pensando en despedirme de todos mis seres queridos porque de un momento a otro se producirá la terrible tragedia pero no creí en sus palabras. Ya no les tengo miedo y digan lo que digan no les haré caso.
- Sí, eso creo que es lo mejor que puedes hacer. Ignóralos y ya verás como el día menos pensado desaparecen para siempre- la contesté sin pensar en lo que decía.

No es sencillo olvidarse de algo que te mantiene pensativo constantemente, os lo puedo asegurar. Ese mismo día y los siguientes disfruté tanto a su lado que casi se me olvidan por completo sus inquietudes sin embargo, como ya os he comentado, no es nada fácil. Desde hacía mucho tiempo y hasta el mismo día de la nochevieja de aquel año no tenía la menor duda, Lidia se había convertido en la chica con la que siempre soñé compartirlo todo pero entre sus magníficas y admirables cualidades convivía una intranquilidad y unos temores constantes que, aunque los intentaba disimular con asiduidad, nunca pudo conseguir ocultarlo, por lo menos conmigo. Aquella misma nochevieja, exactamente una semana después del día que me compartió sus secretos más íntimos, sucedió lo que alguien la llevó avisando con mucho tiempo de antelación, lo que nunca debió haber sucedido, la continuación del capítulo del refugio. Lidia, en bastantes ocasiones, me comentó que ahora, con la llegada de este nuevo año que asomaba, era un buen momento para pasar página de una vez por todas y prestar más atención a otros muchos ámbitos de la vida cotidiana, no obstante quien iba a imaginarse que esa era precisamente la última página de su libro…

Aquella noche las cosas ocurrieron tan rápido que necesité el compendio de los días posteriores para ir asimilándolo todo con absoluta claridad. Lo cierto es que volvió a escuchar sus tímidas y apagadas vocecillas, esta vez, sin importarles mi presencia a quienes quiera que fuesen ellas, ya que yo también he sido testigo directo de sus habilidades lingüísticas y he de decir que si de verdad contaban con el privilegio de pensar, su método era envidiablemente increíble. Como bien me había dicho Lidia, sus términos formaban frases aparentemente sueltas y sin sentido pero que si te parabas un momento a reflexionar sobre ellas descubrías como estaban interrelacionadas con maestría formando una telaraña de palabras dignas del mejor escritor del género. Las cinco vocecillas que yo llegué a contar nacían en los rincones más oscuros y polvorientos de mi habitación y llegaban hasta mis oídos como si pretendiesen seducirme o hipnotizarme a su antojo. No cabía duda que no perdían el tiempo en ninguna de sus fantasmagóricas apariciones y que tenían las ideas claras, muy claras desde un principio.

Ya están aquí (5)

Cuando me despojé por fin de la sábana que me cubría el cuerpo y la cara, me sorprendió verla apoyada sobre el quicio de la puerta, en vez de a unos cuatro metros junto a la ventana, que es donde pensaba que aún yacía y desde donde parecía que provenía su cálida voz. Estaba fumando un cigarrillo de tabaco rubio, el cual desplazaba con gran destreza con su mano izquierda desde el pequeño cenicero que sostenía con su otra mano hasta sus labios, por lo que constaté que estaba más nerviosa de lo que en un principio había imaginado. Mi chica por lo general solo fumaba los sábados cuando salíamos de marcha a la discoteca o cuando los nervios la ganaban su particular batalla, y esa era, sin lugar a dudas, una de esas ocasiones.

- El primer susto llegó a partir de las nueve de la noche. Las seis oímos claramente como alguien picaba con insistencia a la puerta pero no distinguíamos a nadie a través del pequeño ventanuco que daba hacia ese lado. Eran golpes secos, por lo que descartamos la posibilidad que se tratase del viento, sin embargo no teníamos ni idea de quien podría deambular por aquellos contornos a esas horas de la noche. Puede parecer difícil de entender pero cada vez que pasaba el tiempo me costaba más y más respirar el aire allí dentro. A lo mejor eran imaginaciones mías Fran, pero juraría que mi respiración como la de todas mis, por aquel entonces, acompañantes era más fatigada y ahogada que nunca. En otras palabras, allí dentro me sentía incómoda.
- ¿Qué notabas a parte de la respiración?
- Bueno, eso era una minúscula mota de polvo comparado con lo que se avecinó después. Notábamos unos pitidos extraños en los oídos, una visión un poco borrosa que nos impedía fijarnos con plena atención en cualquier detalle y un hormigueo por todo el cuerpo. No obstante todo eso sucedió antes que los pinchazos que nos sacudieron nuestras cabezas durante un periodo de tiempo estimado de unos diez o quince minutos. Ha sido horrible. Daba la impresión que quien fuera que estuviese al cargo de provocarnos todo aquello conocía al dedillo todos y cada uno de nuestros puntos débiles y atacaba sin piedad alguna mientras nosotras gritábamos y nos retorcíamos de dolor. Intentamos por todos los medios escapar de aquel maldito escondrijo pero aquella desgraciada noche todos nuestros esfuerzos resultaron en vano. Lo cierto es que en aquel momento ya no estábamos interesadas en conocer un poco más aquellos mitos y leyendas que brotaban a menudo de los labios más ancianos del lugar. Sin embargo ya era tarde para echarse atrás y recapacitar. Siempre lo había sido.

Se produjo otra pausa, otra mirada pensativa aún con el cigarrillo entre sus dedos y, como no, otros detalles grotescos que se unían a la lista. Desde mi posición notaba como le estaba costando relatarme todo aquello, incluso podía distinguir como le deslizaban pequeñas lágrimas por sus mejillas, las cuales en ningún momento intentó disimular, que procedían de unos ojos algo llorosos y morían en los dibujos de uno de sus pijamas preferidos. Después del breve espacio de silencio que inundó mi cuarto su voz algo más tenue y apagada volvió a brotar de sus labios obligándome a prestar el máximo de atención posible.

- No sé exactamente cuanto duró todo aquel infierno al que estábamos sometidas pero a mí particularmente se me hizo eterno. No soportaba el dolor que cada vez se agarraba más y más a mi piel, mientras veía como Eva y Beatriz se enroscaban en el suelo formando insólitas espirales de terror, Marta y Rebeca de pie agitaban desesperadamente sus cabezas de un lado para el otro emitiendo verdaderos chillidos que surgían de sus más que convalecientes gargantas y en cuanto a Sonia, mi mejor amiga, yacía tumbada en una esquina boca arriba con los ojos en blanco y espuma en la boca. Tenías que haber estado allí para contemplar lo que vieron mis ojos. Cuando por fin cesó todo aquel mal que nos tenía presos a su merced, comenzamos a recobrar aunque de forma paulatina, todos los sentidos que de alguna forma teníamos perturbados hasta volver a verlo todo como al principio. Es posible que nunca encuentre una explicación razonable que justifique nuestro comportamiento bajo aquel techo, sin embargo eso no quiere decir que lo que nos sucedió aquella desangelada noche sea fruto de nuestras jóvenes y enfermas mentes. En absoluto. Y la cosa no acabó ahí. El encargado de crear esa atmósfera tan asfixiante en la que estábamos inmersas, no se dio por vencido tan fácilmente y quería más, mucho más. Solo nos permitió dos minutos de calma y sosiego para volver después a la carga. Nuestras melenas comenzaron a contar con vida propia y, como por arte de magia, se elevaban en el aire y ondeaban al son de una brisa imaginaria. Pero esa brisa suave y obediente no tardó en convertirse en un verdadero vendaval que nos arrastraba sin piedad golpeándonos y balanceándonos con una fuerza que rápidamente catalogué como sobrenatural contra las cuatro paredes, el suelo y el techo. Solo por un instante se cruzó en mi cabeza el deseo de abandonar este mundo a toda costa para de esa forma ahorrarme tanto dolor y sufrimiento pero por suerte las enormes ganas de vivir con las que por aquel entonces presumía evitaron males mayores.

- ¡Dios mío, Lidia!, no puedo creer lo que me estás contando- la interrumpí.
- Pues es cierto Fran, sabes que yo no te mentiría ni te engañaría hablando sobre estos temas- me confesó sollozando con más lágrimas en sus mejillas mientras apagaba la colilla en el cenicero de mármol. A continuación prosiguió con su sobrecogedor testimonio pronunciando las últimas palabras que consiguieron dejarme total y absolutamente de piedra.- Para acabar nos elevamos las seis a cuatro o cinco metros del suelo y comenzamos a girar a una velocidad tan vertiginosa que lo único que captaban mis ojos eran simples efectos de colores en movimiento hasta que por fin caí torpemente al suelo de madera y perdí el conocimiento. No te puedo precisar con exactitud cuanto tiempo permanecí convaleciente, no obstante de lo que sí me acuerdo al despertar es que me encontraba sola y que ya había amanecido. La puerta del refugio, contra todo pronóstico, no estaba abierta pero sí allegada por lo que decidí abandonar aquel maldito lugar y no volver nunca más. Desde esa lejana noche han sido muchos los días en los que daba vueltas y más vueltas a todo aquello, intentando encontrar con insistencia una explicación que nunca llegó. Fueron muchas las noches también que no pude conciliar el sueño y cuando por fin lograba pegar ojo las pesadillas que se arremolinaban en mi mente cobraban protagonismo hasta el punto de conseguir empapar la almohada de mi cama con mi propio sudor o cortarme la respiración de una forma y manera absolutamente magistrales.

Ya están aquí (4)

El tono de su voz estaba adquiriendo un acento distinto a como hablaba ella habitualmente y ese detalle me conmovió. Era como si otra persona tomara las riendas de su conversación, de manera y forma temporal claro está, hasta que despertase de la especie de trance a la que estaba sometida y volviese de nuevo a la realidad. Yo a Lidia la conozco bien y sé de buena tinta que ella nunca escogería ciertas palabras que brotaron de su boca esa mañana. Estaba total y absolutamente convencido.

- ¿Cómo se llaman tus amigas?- la pregunté.
- Sonia, Marta, Rebeca, Eva y Beatriz eran sus nombres- me corrigió- ya que por desgracia nunca más volverán a respirar el aire que siempre se merecieron y que alguien o algo les arrebató injustamente.
- ¿Murieron esa misma noche?- la volví a preguntar en un susurro.
- Bueno, lo cierto es que no se sabe, desaparecieron y nunca más se volvió a saber de ellas. La policía fue incapaz de encontrar los cadáveres hasta que llegó el momento en el que alguien decidió cerrar el caso. A partir de entonces, aproximadamente un par de años después del supuesto múltiple asesinato, la gente comenzó a olvidarse de sus caras, las mismas que inundaron aquella pequeña región por todos los rincones. Estaban por todas partes, en las farolas, en los escaparates de las tiendas, en las páginas de los periódicos, en Internet… pero en la actualidad ya es agua pasada como tantas y tantas cosas, las cuales no interesan a nadie.
- Y… ¿se puede saber que sucedió ahí dentro?
- Esa es la pregunta del millón, la que todo el mundo quiere saber y desconoce. Es la pregunta que muchos me han formulado y que hasta el momento no he sido capaz de contestar pero creo que ya ha llegado la hora de compartirlo con alguien. Nunca se me olvidará que aquella noche hacía un viento del demonio y las seis estábamos muertas de frío por lo que deseábamos entrar en aquel refugio cuanto antes a pesar de todas esas leyendas que aún seguían revoloteando sobre nuestras jóvenes mentes. Yo no tenía miedo y creo que mis osadas acompañantes tampoco por lo que a eso de las siete y media de la tarde pisamos por primera vez la cabaña. Lo cierto es que no era gran cosa, medía unos siete u ocho metros de largo por tres de ancho y presentaba el aspecto típico que suelen tener este tipo de lugares. Contaba con todos los elementos necesarios para crear un escenario digno de ver y recordar para todos aquellos amantes del terror en su estado más puro. Era, digámoslo de alguna forma, como un lugar pensado y construido solo y únicamente para dar miedo. La puerta por la que accedimos a su interior estaba a punto de desplomarse, aún no sé como aquella noche no se derrumbó después de las continuas y fuertes sacudidas que recibía del poderoso viento que a medida que pasaba los minutos parecía que cobraba más y más fuerza. Una vez en su interior pudimos apreciar las cuatro descuidadas ventanas que custodiaban la estancia y que no tenían otra misión que permitir el paso de la claridad en los días soleados. A parte de las ventanas, los poyetes de piedra que se alzaban junto a ellas y el suelo de madera no había nada más que mereciese mención alguna. Al estar desprovisto de mobiliario una de las cosas que me llamó mucho la atención era el eco que fielmente acompañaba a todas y cada una de nuestras palabras.

Nunca podré entender cual ha sido el motivo que condujo a mi novia y a sus cinco amigas hasta un lugar tan hostil como el que ella misma estaba describiendo. En ese instante se levantó de la cama, levantó la persiana de mi cuarto dejando pasar la cantidad suficiente de luz para obligarme a cerrar los ojos y taparme con la sábana, y con su boca a escasos centímetros del cristal y su mirada en algún rincón de la calle que yacía a ese lado, dejó escapar más palabras de su boca en un tono mucho más bajo del que había utilizado hasta ahora, como si en vez de estar relatándomelo a mí, estuviese simplemente pensando en alto.

- Nuestro objetivo había sido desde un principio pasar la noche allí, y ese ha sido, sin lugar a dudas, el error más grave que cometimos en toda nuestra vida. Acto seguido de observarlo todo con exquisito detenimiento decidimos sentarnos en círculo sobre los tablones de madera que integraban aquel suelo y pensar en lo que podía y no podía suceder. A mí en aquel momento se me ocurrían tantas ideas y todas ellas tan absurdas que no paraba de reírme y contagiar de algún modo mis carcajadas a todas ellas. Estábamos riéndonos dentro de un lugar prohibido y las consecuencias que ello suponía podían llegar a ser fatales, como así mismo ocurrió.

- ¿Lugar prohibido?, ¿a qué te refieres?- la pregunté extrañado aún oculto bajo la sábana de mi cama.
- Hace años leí un libro en casa de mis abuelos en el que venían detallados una serie de lugares un tanto especiales a lo largo y ancho de todo el planeta. Se dividía en múltiples clases de parajes un tanto peculiares, los lugares más frecuentados por el hombre, los menos visitados, los lugares más famosos, los más fríos, los que contaban con el mayor número de muertes por año, los rincones más inaccesibles y un largo etcétera. Pues bien, casi al final del libro encontré una sección que no aparecía en el índice pero que sin embargo sí que formaba parte de su contenido; los lugares prohibidos. El autor del libro quiso dejar claro que solamente existían siete lugares prohibidos, privados o usurpados en todo el mundo. Estos eran los únicos que no te proporcionaban explícitamente como ocurría con todos los demás, sino que tenías que conformarte con averiguarlos por tu cuenta a partir de una serie de coordenadas que el mismo autor facilitaba. Seis de ellos conseguí localizarlos muy lejos de mi casa pero el último, bajo mi asombro y estupefacción, no solo estaba en la misma comarca en la que tenía el gusto de vivir sino que se encontraba a escasos kilómetros del domicilio de mis difuntos abuelos. Al final y después de horas y horas de intensas investigaciones llegué a la conclusión de que ese albergue constituiría el punto exacto al que se refería el autor del texto. Hablaba poco acerca de estos extraños parajes, no obstante de todos los párrafos que dedicó con respecto al tema solo me quedé con dos ideas que penetraron en mi mente a una velocidad realmente de vértigo. La primera decía que nunca era aconsejable acercarse hasta ellos ya que los peligros a los que se exponían los valientes que se atrevían eran muchos y las posibilidades de supervivencia eran reducidas. Esa oración en particular no se me olvidará en la vida. La segunda idea que fui capaz de rescatar mencionaba que una vez visitado el lugar no era apropiado comentar con nadie su existencia. Era necesario conservarla en el anonimato por lo que a posteriori pudiera suceder… Aunque me hubiese gustado, nunca más volví a ver el libro que descansaba en uno de los estantes superiores del armario del salón de la casa de mis abuelos. Pero bueno, centrémonos en lo verdaderamente importante de todo esto, el refugio.

Ya están aquí (3)

- ¿Hechos insólitos y sobrecogedores?, ¿de qué se trata?- la interrumpí mientras no la quitaba ojo de encima.
- Bueno, lo cierto es que resulta difícil de explicar con palabras pero de todas formas lo intentaré. Me gustaría que tú también supieras que sucedió allí aquel maldito veintidós de diciembre de parte de madrugada.
- ¿No prefieres desayunar antes que nada?
- He estado toda la noche dando vueltas y más vueltas en la cama sin poder conciliar el sueño y creo que ya ha llegado la hora de decírselo a alguien. Necesito contártelo ahora mismo sin introducciones ni preámbulos. Ya he esperado demasiado tiempo, ¿no te parece?
- De acuerdo. Como tú quieras. Soy todo oídos.

A pesar de la escasez de claridad y de lo desordenado que estaba todo dentro de mi cuarto se podían deducir e incluso distinguir bastantes objetos desde mi posición, sobre todo aquellos que descansaban cerca de la ventana pero mi atención reposaba, ahora más que nunca sobre ella, sobre Lidia. No tenía ni la más remota idea de lo que pretendía relatarme ya que jamás me comentó nada al respecto. Ni siquiera me dio una dichosa pista. Nada. Había conservado esa especie de secreto mucho tiempo en lo más profundo de su cabeza y ahora, de algún modo, ya se encontraba dispuesta a compartirlo conmigo detallándome todo lo que allí aconteció con pelos y señales. Yo, sin lugar a dudas, permanecería atento a su lado, escuchando su versión ya que comenzaba a sentir como se me acercaba la sensación de curiosidad a pasos agigantados.

- Aquel día las seis acordamos reunirnos en la plaza del ayuntamiento del pueblo a eso de las cinco de la tarde. Aún recuerdo que cayó de viernes, que habíamos asistido a clase por la mañana como siempre y que todo parecía indicar que prometía ser un día largo y divertido. Yo, por norma general casi nunca me aburría con ellas, me lo pasaba muy bien ya que desde que nos conocimos conectamos a la perfección. No obstante algo me decía dentro de mí que ese día no iba a ser como el resto. Quienquiera que sea el encargado de manejar los hilos del destino de las personas nos tenía guardada una pequeña sorpresita aquel día y nos sorprendió, vaya que si nos sorprendió.

En ese momento apartó su vista de la mía e hizo una pausa. Aún conservaba el gesto pensativo que la caracterizaba cuando se ponía seria. Estos días atrás es cierto que la noté un poco más fría e impasible conmigo pero no le di mayor importancia. Acto seguido paseó su mirada por toda la habitación y volvió a clavar sus ojos en los míos mientras retomaba esa conversación que la convertía en una persona mucho más interesante de lo que en realidad era.

- Les dije a mis padres que esa noche iba a dormir a casa de Sonia y que no se preocupasen por nada, que todo estaba bajo control. Mi madre me dio un beso y me dijo pásalo bien, cariño. Mi padre y mi hermana no se molestaron ni en mirarme a la cara, no obstante no me sorprendió ya que ese comportamiento era el que mejor encajaba con sus más que apáticas y desinteresadas formas de ser. Fui la última en acudir al encuentro en aquella plaza y la primera que les mostró el camino para visitar aquel dichoso cobertizo que nunca debimos haber pisado, ya que yo era la única que conocía el trayecto. Durante la caminata sacamos a la luz muchos y muy diversos temas de conversación amenos y agradables, por lo menos para mí pero en ninguno de ellos se tocaba lo que verdaderamente nos atraía a mis por entonces cinco amigas y a mí misma.
- ¿Qué es eso que os atraía, si se puede saber?- la interrumpí un tanto desconcertado.
- Todo lo relacionado con pasar miedo.- me respondió mientras desviaba la vista hacia su anillo- Brujas, vampiros, magia negra, zombis, sombras que se deslizan detrás de una estantería en una habitación oscura… cosas de esas. Ese sentimiento que compartía con ellas ha sido quizá el secreto mediante el cual no las veía como amigas sino como algo más. Eran como hermanas para mí. El sendero de tierra que serpenteaba varios kilómetros hasta la orilla del río estaba llegando a su fin y con él la luz del día. Estábamos desprovistas de linternas o de cualquier objeto que pudiera desprender un haz de luz por lo que la sensación de miedo ganaba muchos enteros por aquellos contornos. Cuando por fin llegamos a nuestro destino, un viejo y pésimamente conservado cobertizo apareció ante nuestros ojos mirones. Contaba la leyenda que antaño solía constituir uno de los pocos refugios para pastores en días de tormenta en varios kilómetros a la redonda y que en él sucedían fenómenos extraños, rozando lo paranormal. Al principio, recién construido el albergue mucha gente entraba ahí dentro para protegerse de los fuertes temporales que tenían la costumbre de desencadenarse muy a menudo por estas tierras, pero a posteriori con el paso del tiempo y las frecuentes apariciones de cadáveres en el río y por los alrededores, muchos de ellos dejaron de visitarlo olvidándose poco a poco de su existencia. La verdad es que hacía muchos años que nadie había vuelto a reunir el valor necesario para acercarse e investigar que misterio encerraba todo aquello pero su sola y enigmática presencia allí alimentaba infinitos mitos y leyendas que circulaban por los pueblos vecinos de generaciones en generaciones hasta nuestros días.

Ya están aquí (2)

- Hace aproximadamente doce años, mucho antes de que me conocieras, coincidí con unas chicas un tanto peculiares cuando aún asistía a las clases del instituto. Por aquel entonces sólo tenía dieciséis años y cursaba 3ºBUP. Aquel año había llegado nueva al centro y no conocía a nadie por lo que estas muchachas constituyeron lo que se puede denominar mis primeras amistades. Al principio solo eran dos pero con el paso del tiempo se unieron tres más y, junto conmigo, formábamos una pandilla en donde el sentimiento de la sinceridad y la franqueza ondeaban por encima de todo lo demás. Era muy feliz y me divertía mucho con ellas, pero esa felicidad no tardaría mucho tiempo en abandonarme…

Con mis ojos clavados en los suyos y la respiración algo agitada ya me temía lo peor. No entendía por qué a una chica como Lidia tenían que pasarle estas cosas. A continuación ladeó ligeramente su cara y con un semblante apagado y lloroso, que en ningún momento intentó disimular, hizo una pausa. Todo parecía indicar que iba a costarle sudor y lágrimas terminar de relatarme lo que se había propuesto aquella morena rizosa que cada noche dormía a mi lado. Desconozco cual había sido la razón por la cual se decidió a compartir conmigo sus palabras ni qué importancia contaba todo esto para ella pero lo que sí estaba claro es que esa mañana se esforzó hasta límites insospechados para cumplir su propósito.

- Y… ¿qué sucedió después Lidia?- la susurré mientras entrelazaba los dedos de mis manos con los suyos.
-  Los estudios no representaban ningún problema para nosotras ya que las seis éramos  buenas estudiantes y muy trabajadoras por lo que los retos los buscábamos en otras áreas. Áreas, de algún modo, más peligrosas y problemáticas que nunca debimos haber visitado pero que sin embargo no te das cuenta hasta que ya estás totalmente sumergido. No sé como explicártelo Fran. En la vida hay lugares prohibidos para ciertas personas, lugares que nunca deberían ser pisados porque contagian sensaciones muy fuertes de miedo y dolor. Pues bien, esas sensaciones son las que, por desgracia, experimentamos aquel veintidós de diciembre.
- ¿A qué lugares te refieres?- le pregunté sorprendido con el ceño fruncido.
- Pues a lugares sombríos y desapacibles en donde en ocasiones se pueden llegar a percibir voces de fondo que parecen sicofonías del más allá.
- Venga Lidia, no me digas que crees en todo eso. ¿Nadie te dijo nunca que esas cosas son simples fantasías?

Solo le bastó una mirada que inmediatamente catalogué como de incertidumbre e incredulidad para responderme a mi pregunta. Nunca pensé confesárselo a nadie pero a veces sentía pánico permanecer al lado de mi chica. Cuando se ponía seria perdía de alguna forma toda la dulzura y el encanto que era capaz de transmitir y se transformaba, como por arte de magia, en una joven infinitamente más austera y sobria.

- Existen muchos lugares que cumplen esos requisitos de los que hablo como bien pueden ser cementerios, bosques, sótanos o un simple armario empotrado en el que sus puertas viejas de madera ni siquiera rechinen a los oídos de nadie. Nosotras por aquel entonces buscábamos diversión y sensaciones fuertes y reunimos nuestros jóvenes corazones ni más ni menos que en un cobertizo abandonado en el que ya sabíamos de antemano que sucedían fenómenos misteriosos. Deseábamos comprobarlo, apreciar con nuestros propios ojos de qué se trataba eso que la gente no paraba de repetir. Yo, particularmente, estaba convencida de qué no iba a suceder nada extraño ni fuera de lo normal mientras perdurara nuestra estancia allí, porque pensaba que todo eso eran simples y llanas fantasías como bien tú has comentado hace un momento, pero me equivoqué. Allí dentro tuvieron lugar los hechos más insólitos y sobrecogedores que nunca jamás hubiera podido ni imaginar. Carecíamos de tablas guijas o cualquier instrumento necesario para contactar con espíritus o seres de otras naturalezas mucho más oscuras pero es que apenas nos hizo falta.

Ya están aquí

Nunca pensé que los primeros rayos de la luz del día, que se filtraban por las numerosas rendijas de la persiana de mi cuarto y que morían en la espalda de mi novia, pudiesen causar tanto asombro y admiración como en aquellos instantes así estaba sucediendo. Estaba tumbada boca abajo, con la cabeza por debajo de la almohada, durmiendo o haciéndose la dormida, esto último se le daba muy bien, mientras yo gastaba todo el tiempo del mundo en observarla. Lo cierto es que jamás imaginé que algún día pudiera llegar a compartir mi vida con una chica como Lidia. Bajo mi punto de vista era quizá la persona que más se acercaba a la perfección y lo demostraba día tras día, constantemente. Reunía una serie de adjetivos que siempre me gustó que tuvieran las jóvenes de su edad y el compendio de todos ellos había constituido quizá lo que me atrajo de ella hace aproximadamente cinco años en aquella discoteca.

- Oye Fran. ¿Te puedo preguntar algo?
- Sí, dime.
- Si yo te pidiese por favor que tocases un bulto que se encuentra debajo de una sábana, ¿lo harías?
- ¿A qué viene eso ahora, Lidia?

Evidentemente no estaba dormida por lo que se reincorporó y mirándome con atención dejó escapar de nuevo palabras por su pequeña y dulce boquita.

- Mírame a los ojos y júrame que serás sincero conmigo.
- Está bien, lo juro.
- Si yo te pidiese que bajases al sótano una noche a oscuras o que mirases detrás de unos arbustos después de haber escuchado un extraño ruido, ¿me obedecerías?
- No sé a donde quieres llegar. ¿A qué viene todo eso?
- Ya están aquí, Fran. Yo pensé que ya me había liberado pero desgraciadamente siguen ahí, atormentándome la vida.
- Pero… ¿quién?
- Las que se esconden en todos esos sitios para no ser vistas. Por eso te lo comenté, porque yo no me atrevo a hacerlo, ¿me comprendes?
- Pero… ¿de dónde has sacado todo eso?
- Me obligan a hacer cosas que no quiero. Tienen mucho poder de convicción. Es de alguna forma imposible desobedecerlas en algo que pretendan cometer. Siempre vuelven por Navidad pero este año no son dos como el anterior, son más.
- Me estás empezando a asustar Lidia.
- Ponte cómodo y escúchame atento. Creo que esto que te voy a contar te interesa.

Durante todo el tiempo que pasé a su lado muy pocas veces se sentaba delante de mí y me relataba con gesto serio y pensativo, lo que le sucedió antes de que nuestras vidas viajaran en paralelo como así lleva sucediendo estos cinco últimos años. Ya no me acordaba cuando había sido la última vez que me miró con tanta atención sobre mi propia cama, sin embargo, en las contadas ocasiones que lo hacía llegaba incluso a asustarme hasta tal punto que nunca la dejaba terminar sus testimonios. Sabía que su intención no era preocuparme o aterrorizarme pero siempre conseguía lo que nunca nadie había logrado con anterioridad, ponerme los pelos como escarpias con sus palabras. Lidia es una muchacha muy maja, dulce y cariñosa, nunca me cansaré de repetirlo, pero eso no es disculpa que impida que en su interior esconda los secretos más macabros que nunca antes habían llegado a mis oídos y aquel veinticuatro de diciembre, víspera del día de Navidad, había sido la fecha elegida para revelarme algunos de ellos.